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¿Cómo enfrentar el fin de año?

El fin de año es un tiempo caótico para la mayoría de las personas y más aún para quienes están ligados a las actividades escolares. Al cansancio característico de la fecha, se suman otros factores como los preparativos para alguna fiesta, viaje o paseo de fin de año, licenciaturas y graduaciones, entre otras actividades. Pero, sin duda, los más afectados son los propios estudiantes, quienes ven en estas semanas de exámenes y pruebas su última carta en el juego del aprendizaje.

La profesora de Educación Diferencial y psicopedagoga del Colegio Santa María Reina, Mónica Arenas, explica que en este contexto se pueden apreciar dos realidades definidas por el entorno familiar: la familia comunicativa y la familia de las sorpresas.

La primera es aquella en la cual reina la comunicación y la confianza entre padres e hijos, donde se van apreciando en forma paulatina los avances y dificultades del pequeño, haciéndole ver sus errores, pero ofreciéndole todo el apoyo para superarlos.

La segunda, en cambio, es aquella donde diversos factores han entorpecido el diálogo y la confianza, y el niño no se siente capaz de comentar las situaciones que lo aquejan, ni los padres ven la necesidad de indagar más.

Y en cada uno de estos escenarios la forma de enfrentar los últimos desafíos es diferente. Para las familias comunicativas, independiente de las calificaciones que haya tenido el niño, esta fecha no se diferencia mayormente de lo que se ha vivido en el transcurso de los meses anteriores.

Si las notas han sido deficientes y el niño está por debajo de las exigencias para ser promovido al siguiente nivel, el apoderado estará en antecedentes y se habrá preparado con tiempo para aceptarlo y trabajar codo a codo con el pequeño para ayudarle en el reforzamiento de aquello que le resulta más difícil.

En las ‘familias de las sorpresas’, por el contrario, la noticia de una probable repitencia se vuelve un verdadero ‘torbellino’ que arrasa con los últimos vestigios de paz. Los padres se enteran de los acontecimientos cuando ya no hay solución posible y aún así tratan de ‘salvar’ el año con medidas de parche, que a la larga limitan el paso de curso a un simple ‘paso’, que no aporta ningún conocimiento ni desarrollo para el niño. Puede entonces comenzar a gestarse una guerra de culpabilidades, y finalmente se produce un estrés tan grande que perjudica aún más al menor.

Si ya no se hizo…

“Cómo enfrentar el fin de año, depende de cómo la familia completa ha encarado el proceso educativo durante el año. Si ha existido confianza y conversación periódica entre padres e hijos, se conocen las normas y horarios establecidos y se ha hecho un acompañamiento del aprendizaje del niño, habrá congruencia con los resultados”, señala la profesional. Si, por el contrario, no se le ha puesto la suficiente atención durante el periodo transcurrido, no es tiempo de comenzar a presionar, aunque sí de apoyar al pequeño y estimularlo a hacer su mejor esfuerzo.

En este sentido, es recomendable que padres e hijos analicen en conjunto cual es el “estado” actual de su rendimiento, sus expectativas respecto a las notas -es decir, si quieren subirlas o mantenerlas-y cómo piensan enfrentar lo que les queda de clases. Para ello es necesario averiguar si necesitan ayuda en algo, si sienten que un ramo está flojo o si requieren una guía más dirigida para estudiar.

Si hay problemas, deben buscar en conjunto las soluciones y evaluar los posibles escenarios, procurando ser realistas, pero sin desanimar al niño frente a una eventual repitencia, es decir, plantearlo como una probabilidad, sin darlo por hecho, pues se debe estimular el compromiso al esfuerzo para lograr la mejor nota posible.

La psicóloga Karen Moënne, sugiere mostrar al niño las consecuencias positivas y algunas negativas de repetir de curso, de manera que se puedan ver las cosas en perspectiva y se refuercen las ganas de seguir adelante. “No se trata de mostrarle extremos, pero muchos niños no han tomado conciencia de que si repiten perderán a sus compañeros de curso, ni tampoco que al repetir ya conocerá algunas materias, por lo que le resultará más fácil y aprenderá mucho más”, señala.

El origen del problema

Sin embargo, las buenas o malas calificaciones pueden ser un reflejo de lo que está viviendo el niño. Si bien es cierto que cada uno posee características propias que lo hacen más o menos estudioso, con mayor o menor capacidad de concentración y motivación, o con distintas aptitudes y preferencias, ocurre también que situaciones emocionales -como problemas familiares, dificultad con un compañero o temor a determinada experiencia- se manifiestan a través de la escuela.

Es importante analizar en conjunto las posibles causas de una repitencia o bajo rendimiento para que el niño tenga claridad sobre lo que debe hacer para evitarlo. En caso que los padres detecten cualquier factor que pueda afectar el rendimiento del pequeño, deben comunicarse con el colegio y generar en conjunto instancias de diálogo y apoyo. Así también, si notan que alguna materia le resulta particularmente difícil, pueden recurrir a los equipos multidisciplinarios de cada establecimiento educacional, para intentar reforzarlo.

Pero lo primordial es brindarle serenidad y un apoyo afectivo y de contacto físico positivo -abrazos, besos y caricias- que le hagan sentir seguro, en confianza, querido y miembro activo de ese núcleo familiar, aún cuando los resultados no sean buenos o los esperados por los padres, procurando no estresarlo aún más por el fin de año.

Fuente: www.padresok.com

Hermanos rivales: ¡No lo soporto!

Por lo general, se habla de celos en los hijos mayores cuando nace un hermanito, pues sienten que su reinado se acaba y que sus padres le quitan parte de su cariño para proporcionárselo a otro. Sin embargo, durante la preadolescencia suelen resurgir este tipo de sentimientos.

El doctor Ricardo García -psiquiatra de niños y adolescentes de Clínica Las Condes y Universidad de Chile, y miembro de la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de la Infancia y la Adolescencia- explica que esto es normal y que se produce por la inseguridad que le provoca al niño la etapa que está viviendo.

«Se compara con sus pares -amigos de colegio o hermanos- y advierte cualquier atisbo de protección y seguridad en los otros como una amenaza para sí mismo. Se resiste a las diferencias de trato respecto a sus hermanos, ya sean menores o mayores, por el sólo hecho de estar en otra etapa y tener distintos requerimientos sociales. Los más chicos tienen menos exigencias, los más grandes ya llevan un camino andado, y él está en una constante inestabilidad respecto de ellos».

De esta manera, el niño mayor, se siente presionado y lleno de obligaciones respecto a su hermano menor, y los pequeños se sienten abrumados por el peso en la jerarquía del primogénito, al que ven lleno de privilegios.

Además, existe una tendencia natural de los hijos por mantener o ganar posiciones en la escala familiar y sobre todo en el reparto del cariño de sus padres, pues en su subjetividad no comprenden que el amor por un hijo es inagotable, por lo que no necesita de medidas ni dosificaciones.

«La competencia radica en ser el ‘hijo especial’ de los padres, aunque no lo demuestren explícitamente. Los hermanos empiezan a medirse entre ellos de acuerdo a los atributos que los padres les dan, y buscan llamar la atención a como dé lugar. La idea es ser el primero, en lo que sea», señala Magdalena Rhamer, psicóloga clínica de la Universidad Católica.

La cara oculta de la rivalidad

Sin embargo, a pesar de constituir un proceso normal en el desarrollo, el cual se supera fácilmente una vez pasado el periodo de adaptación, existen algunas características familiares o de personalidad del niño que podrían intervenir de manera negativa. El doctor García explica, por ejemplo, que niños con un desarrollo emocional alterado, oposicionistas, desafiantes y egocéntricos, pueden manifestar mayor conflicto en la relación con sus hermanos. En estos casos, se requiere de un manejo profesional y de un trabajo con las familias, pues el sentimiento de rivalidad está mucho más arraigado que en el común de los casos.

Así también, las familias que atraviesan por problemas conyugales, frustraciones personales, violencia intrafamiliar, u otro tipo de situaciones dolorosas para un niño, pueden provocar riñas entre los hermanos, como una forma de desviar la atención del problema mayor, y esconder en estas reacciones su sentimiento de impotencia frente a lo que sucede.

Valorar y respetar las diferencias

Para prevenir este tipo de conflicto, es necesario que los padres establezcan claramente los valores de la familia, destacando la importancia de mantener buenas relaciones y lo valioso que es tener hermanos con quien poder compartir y apoyarse cuando las circunstancias lo ameriten. «Muchas veces son los propios padres los que, sin querer, incentivan la rivalidad entre hermanos. Por ejemplo, cuando realizan comparaciones, establecen preferencias o presentan mayor afinidad con uno u otro», advierte la psicóloga Rahmer.

Cada hijo es diferente, con distintas aptitudes, cualidades y debilidades -físicas, emocionales e intelectuales- que los padres deben descubrir y tratar de generar las instancias para que cada cual se desarrolle de acuerdo a ellas. En este sentido, el doctor García recomienda ayudar al niño a escuchar sus propios sentimientos, reforzando sus potencialidades y fortalezas, y teniendo especial cuidado con aquellos hijos que manifiestan gustos menos afines con sus padres, de tal manera que sienta compañía y apoyo en lo que le gusta, y no una brecha que lo aleja de su núcleo familiar.

Ambos especialistas coinciden en la importancia de mantener una relación abierta con cada hijo y con la familia en su totalidad. Se debe tratar de mantener la mayor neutralidad posible cuando se susciten peleas y evitar al máximo las comparaciones y mortificaciones innecesarias como «¿por qué no eres ordenada como tu hermana?». Asimismo, si se va a ‘premiar’ a alguno de los hijos, los otros deben tener claro el motivo del premio -una buena calificación o una acción solidaria- para que no piense que es sólo porque «lo prefieren a él».

Cada familia debe revisar su propio proceso de crecimiento, cómo procesa y pone límites y a su vez, cómo genera los valores que quiere transmitir, para que de esta manera se pueda fortalecer el vínculo fraterno entre los hermanos.

Fuente: http://www.padresok.com

ESTIMULANDO EL DESARROLLO DEL LENGUAJE (I)

Cuando un niño nace, la maduración progresiva de su sistema nervioso, le permite aprender con la facilidad de un genio y los primeros aprendizajes son los que con más facilidad se retienen y se mantienen siempre. Por eso es importante empezar a estimular el vocabulario y el lenguaje ojalá desde antes que el niño nazca.

El lenguaje y la comunicación en general, son la herramienta de mayor importancia que tendremos cualquiera sea el papel que nos toque desempeñar en la vida y mientras mejor nos comuniquemos más fácil nos será alcanzar nuestros objetivos.

El lenguaje tiene dos aspectos relevantes: la comprensión y la expresión.

La comprensión

La comprensión o lenguaje receptivo, es lo que permite al niño entender el significado de las palabras que escucha y siempre estará más desarrollado que el lenguaje expresivo.

Para que haya lenguaje, el niño debe tener contenidos y para esto es imprescindible la estimulación que provee la interacción. A medida que escucha hablar, el niño empieza a entender el significado de las palabras y mucho antes de poder decirlas ya las asocia cuando las escucha.

Mientras antes adquiera un vocabulario comprensivo abundante, mejor manejo tendrá del lenguaje y más adelante se le facilitará el aprendizaje y la comprensión de la lectura. Por eso es muy importante que los padres le hablen y lo ayuden a asociar las palabras que escucha con los conceptos que éstas tienen.

Si por ejemplo al bañarlo le decimos: este es el jabón, esta es la esponja, yo voy a jabonar tu pie, tu pie es muy chico, el del papa es grande, etc.; el niño estará aprendiendo sustantivos, formas verbales, adjetivos, etc. Si lo bañamos en silencio, por mucho amor que pongamos al hacerlo, demorará mucho más tiempo en saber como se llaman el jabón y su pie.

El lenguaje expresivo

El lenguaje expresivo se va desarrollando a partir del llanto, su primera forma de comunicación.

Si los padres atienden los intentos de comunicación de su hijo, pronto aprenderán a diferenciar cuando el llanto es por hambre, cuando está incómodo o cuando tiene algún dolor. Por su parte, el niño aprenderá que a su llanto sigue una satisfacción de sus necesidades y poco a poco irá dándole a éste, diferentes inflexiones las que posteriormente serán reemplazadas por emisiones orales más complejas (vocalizaciones, balbuceo y posteriormente palabras)

Estas emisiones orales deben ser reforzadas, otrogándoles significado y modelándolas de manera de ir incrementando el repertorio de sonidos. Por ejemplo, si cada vez que el niño dice / te / la madre le da su chupete diciendo: «¡Te! tú quieres el chupete, bien, chu pe te», pronto el niño aprenderá que te le sirve para pedir el chupete. Sin embargo paulatinamente ira alargando su emisión ya que al recibir el chupete, escucha de sus padres la palabra completa.

Fuente: www.padresok.com